viernes, 18 de abril de 2008

CONCEPCION DE UN SER HUMANO

¿Qué sería del ser humano sin conocimientos?, ¿qué finalidad y rol cumpliría en el mundo? Me pregunto si existirá un día en que deje de saber algo o si podría dejar de comunicar y expresar la más breve emoción o pensamiento.

El conocimiento indudablemente es inherente al hombre, así también lo es la comunicación, ambos son elementos propios de una necesidad que aumenta continuamente desde el principio de la vida, de una vida envuelta en sociedad y que exige que, a veces, por querer y muchas otras por obligación aprendamos a conocer y a comunicarnos; pero es el mismo hombre quien recibe, recoge y selecciona en su memoria, quizá de manera inconsciente, lo que le es útil, creando así su propio existir.

Su raciocinio e inteligencia le permite tener diversas experiencias que son almacenadas en su memoria para crear y construir paulatinamente su porvenir. El hombre, poniendo en práctica su propio aprendizaje de la experiencia se prepara para cualquier eventualidad grata o no. Luego si es posible, llega a transmitirlo, a comunicarlo, pero el ser humano es egoísta por excelencia, porque inexplicablemente no llega a transmitir en otro ser todo lo que aprende a lo largo de su vida, está inminentemente marcado por su individualidad. De igual forma, no alcanza tampoco a definir él mismo cuánto sabe; su complejidad cognoscitiva es imperfecta como él mismo pero es admirable.

Sin embargo, el hombre no siempre aprende lo suficiente, jamás lo hace porque misteriosamente nunca sabe todo y ello permite que se encuentre en constante búsqueda de muchas más experiencias e información, aunque involuntariamente lo haga.

Así pues, esta ambición del saber puede ser notoria más en unos que en otros; pero podría afirmar que siempre se siente satisfacción, por lo más paupérrimo que se pudiera saber, aunque jamás se pueda tener conocimiento de “todo” o de todo lo que se quiera y aquí se podría a anotar otra característica del hombre: su perseverancia.

El ser humano siendo inteligente, sociable, egoísta, ambicioso y perseverante busca alcanzar su perfección, su realización; siendo estas pocas características tan propias de él, deja a veces de admirarlas y su deseo de superación desaparece, atentando contra su propia naturaleza: su humanidad.

Por ello, es inhumano pensar que ya no queramos saber y dejar de descubrir algo nuevo; porque lo novedoso siempre sorprende y puede crear momentos de alegría. Cuando vi hace unos días a un bebé dar sus primeros pasos, se dibujó inmediatamente una sonrisa en su rostro, cada paso suyo iba mejorando y yendo más rápido hasta alcanzar a su mamá que estaba en el extremo opuesto esperándola y alentándola, desde ese momento el bebé ya no quería parar porque quería seguir intentándolo.

La vida de los hombres está marcada por la búsqueda de la perfección, de nuestra perfección como anotaba anteriormente, porque cada paso que damos nos construye y nos forma en el modelo que somos, un modelo que podría ser un ejemplo a seguir de algunos que nos admiran y que ansían ser como nosotros y a veces superarnos.

La admiración se convierte en una fuente de inspiración para nosotros y así interminablemente vamos evolucionando, aprendiendo de la vida y siempre comunicándonos, pues un ser humano no sería tal si no viviera en sociedad, sería un hombre comportándose como un ser animal.

Hoy me encuentro en medio de grandes obras humanas, esencialmente admirándolas a todas por igual, en estas obras se escribieron sus filosofías, alguna concepción por algún tema y hasta sus propias teorías. Aunque no las he acabado de leer por completo, sé que sus ideas han sido almacenadas en mi memoria y voy construyendo mi porvenir.

No existe una regla ni alguna ley que nos obligue a querer saber, excepto la ley de la naturaleza, que nadie sabe qué dice pero que podríamos llegar a interpretarla siendo como ya somos: “seres humanos”.

Ruth Jaqueline Lara Arnao
DERECHO V Ciclo (UCV-LIMA)

5 comentarios:

Jefferson Aliaga dijo...

Que bien que sigas creciendo Yacky, realmente eso solo irá puliendo lo brillante del talento que posees de por si.
Mientras tanto tus palabras caen a cualquiera, a los que estan como tú, como yo y a los que sabiendo de esto siguen buscando eso que saben nunca termina y siempre empieza sea con un libro, tras una charla, incluso el simple hecho de haber visto lo nuevo y hasta haberlo experimentado.

Una reflexión particular bastante solidaria, te felicito amiga intentaré estudiar un poco más. (se ke es importante)

Jefferzon Aliaga(EL ANTIACADÉMIKO)

Anónimo dijo...

Hola, amigos, les escribe un estudiante de psicología. Hace algún tiempo pude comunicarme con algun# de ustedes vía msn, pero luego no más. Me interesa compartir textos (personales, pero también de amigos y autores que me parecen interesantes) a modo de reflexión y crítica.

Aquí dejaré alguno, para que puedan echarle un vistazo. Espero que podamos comunicarnos próximamente.

UNIVERSIDAD: la especialización de la muerte

"Nuestra era de técnicos hace uso abundante del adjetivo sustantivado profesional; parece creer que ha encontrado en él una suerte de garantía. Evidentemente, si uno considera no mi remuneración sino sólo mis aptitudes, no hay duda de que he sido un buen profesional. ¿Pero en qué? Ese habrá sido mi misterio, a la vista de un mundo condenable."

Guy Debord, Panegírico


La obsesión por ser profesional

La sociedad del espectáculo prefiere las formalidades sobre las cuestiones de fondo, la imagen sobre el contenido, los diplomas sobre la inteligencia o las actividades que brinden bienestar social. Persigue al falso médico no por sus malos resultados, sino por su carencia de título. Absuelve al médico que opera y mata a su paciente debido a una complicación inesperada, o a una simple sobredosis de anestesia, siempre y cuando esté correctamente titulado y colegiado. La sociedad espectacular condena al charlatán que vende sus productos curativos folklóricos -algunos de los cuales incluso pueden servir- en la vía pública, pero alienta al que visita médicos para sugerir la introducción en el mercado de un nuevo producto farmacéutico de conocidos efectos colaterales dañinos, que serán aliviados por otros rentables productos ya previstos por la industria. Escucha con placer y atención cualquier sandez proferida por alguien que ha acumulado costosos doctorados, y que será capaz de explicar, por ejemplo, de qué manera los grandes laboratorios no dañan la salud, o cómo es permitido contaminar el ambiente hasta cierto límite, pero le cuesta seguir alguna sencilla verdad esbozada por un bachiller en trámite o por un campesino autodidacta. La sociedad del espectáculo se rinde ante un cartón sellado, y desprecia los oficios y actividades manuales aunque éstas sean generalmente más útiles y menos perniciosas que las profesiones liberales. En una sociedad así, todos quieren ser profesionales. Las universidades se cubren de prestigio y de masivos concursos de admisión, y todo sigue un curso aparentemente natural. Proliferan competencias, tráficos de influencias, centros expendedores de diplomas de manera legal o ¡legal, emporios educativos, campos de práctica y adiestramiento, concursos a puestos, becas, clases, categorizaciones. Bullen esperanzas, dineros, filas, poderes, burocracias, discriminaciones, tarjetas de recomendación, examinaciones, zancadillas, esfuerzos mientras la inteligencia, la vida, se escapa por la puerta de atrás y queda sólo el aparatoso armatoste de papeles de la nada universitaria, la victoriosa ética monetaria de la sociedad.

La especialización, en tanto es un conocimiento encontrado por otros que sólo ha de ser trasmitido y aprendido, y en tanto no es un momento posible dentro de un proceso complejo y difícil de parcelar sino un final, una meta, es una detención, una muerte, y sirve a la sociedad autoritaria y positivista que lo promueve. Se presenta, en el ser humano, como un hecho que limita para siempre la dirección y el alcance de su desarrollo. Dice Paul Nash: "El peligro de la especialización creciente del hombre es de que le convertirá en un mero técnico (por experto que sea) con una imaginación que habrá quedado agostada por falta de estímulos que derivan de la interfertilización, de las analogías inesperadas y de las comparaciones fructíferas, que son patrimonio del que no está especializado".

El profesional está formado para funcionar en el mundo, para explicarlo. Es, por regla general, incapaz de desarrollar una crítica que ataque una vena importante de¡ sistema de explotación y destrucción que empobrece la vida sobre el planeta tierra; y muy naturalmente contribuirá a perpetuarlo. Ejemplar es el caso referido por Eduardo Galeano, con ocasión de¡ bombardeo de la OTAN a Yugoslavia: "Estalló un escándalo en Gran Bretaña. Se reveló que las universidades más prestigiosas, los institutos de caridad más piadosos y los principales hospitales invierten los fondos de pensión de sus empleados en la industria armamentista. Los responsables de la educación, la caridad y la salud explicaron que colocan su dinero en las empresas que rinden mayores ganancias y éstas son, precisamente, las empresas de la industria militar. Un vocero de la Universidad de Glasgow lo dijo con todas las letras: No hacemos distinciones morales. Nos preocupa que las inversiones sean rentables, no que sean éticas. El mundo que forma profesionales a la medida es un círculo vicioso y pernicioso. Las empresas fabricantes de antivirus, o alguna de sus secretas ramificaciones, mantienen a un bien pagado crackers ocupados en crear nuevos virus informáticos, para que la última versión de sus productos pueda tener un lugar en el mercado.


La obsesión por ser profesional es profundamente negativa. La relación inversamente proporcional entre la cantidad de personas que quieren ser profesionales y la cantidad y la calidad de sus lecturas lo demuestra. Desear seguir estudios superiores poco tiene que ver con un loable interés intelectual o con un ánimo de aprehender más conocimientos, y mucho con un más bien desagradable afán de vanidad -la categoría profesional como signo de status- y con un ánimo de lucro -la categoría profesional como arma para trepar en la pirámide social-. Lo grave es que esta obsesión permanece vigente e inconmovible a pesar de las incontestables pruebas en contra que aporta la realidad (desempleo, subempleo, explotación, escasez económica, miseria, discriminación) y se ha convertido ya prácticamente en un ciego dogma de la existencia. Aunque sólo los sectores A, B e incluso a veces el C puedan concretarlo, todos alimentan el mito de tener que ser profesional, sea estudiando en los claustros correspondientes, sea esforzándose más para lograrlo o para que lo logren los hijos y sean mejores que uno.

Miles de abogados, ingenieros, arquitectos, médicos, contadores, administradores y afines que se ven obligados a colgar el diploma en algún digno lugar de la casa y a buscar un subempleo, haciendo taxi por ejemplo, son una prueba de la inutilidad general de la educación superior. Lo sensato, ahora, ya, sería cerrar para siempre todas las facultades sobrepobladas, como las de Derecho. La sociedad no necesita más abogados, ni siquiera para sus propios intereses de conservación. Pero la sociedad no es sensata, y pensando en el flujo de dinero y en la libertad de empresa dirá que cada persona tiene el derecho de creer que hace con su vida lo que quiere, dentro de los estrechos límites de la ley, la moral, las buenas costumbres y las profesiones rentables.


La miseria profesional

Arthur Schopenhauer, en el siglo XIX, escribía: 'A la filosofía seriamente cultivada le vienen muy estrechamente las universidades, como todo aquello que en las ciencias estén bajo la tutela del Estado." Cuando los imperativos de rentabilidad económica no han decrecido sino que se han acentuado, y los grandes intereses económicos dictan la política y el curso de las investigaciones, no es de esperar que las palabras del pesimista alemán hayan perdido vigencia.

Hoy en día, destacados científicos que disienten de la versión oficial del SIDA, de las campañas nacionales y los costosos tratamientos afirmando que no es causado por un virus y que además no es contagioso, viven en carne propia lo que es una práctica corriente en las democracias capitalistas: la censura, ya sea de parte de los mass media -presionados por los consorcios de auspiciadores y por el Estado- o de parte de la institución oficial -en este caso la institución médica- que no brindará ya ni subvenciones ni espacios en sus revistas especializadas. La devaluación del conocimiento al servicio del capital apenas queda enmascarada detrás de la jerga o del argot profesional.

Detrás de las palabras que aprovechan la ignorancia inculcada para poder impresionar, se encuentra un aprendizaje de manual de preguntas y respuestas, un cómodo estancamiento explicatorio en un universo que nos exige, no tanto para ser esencialmente conocido sino para actuar de forma no alienada en él, la capacidad personal de relacionar datos y experiencias, la capacidad de sentir incertidumbre y preguntar, la libertad de la no especialización.

La especialización, en tanto es un conocimiento encontrado por otros que sólo ha de ser trasmitido y aprendido, y en tanto no es un momento posible dentro de un proceso complejo y difícil de parcelar sino un final, una meta, es una detención, una muerte, y sirve a la sociedad autoritaria y positivista que lo promueve. Se presenta, en el ser humano, como un hecho que limita para siempre la dirección y el alcance de su decretas ramificaciones, mantienen a un bien pagado grupo de crackers ocupados en crear nuevos virus informáticos, para que la última versión de sus productos pueda tener un lugar en el mercado. Parejamente, los jueces, policías, abogados, carceleros, los periodistas policiales y los de espectáculos, los médicos forenses, todos los buenos profesionales que viven de las causas penales precisan de la existencia de la delincuencia para seguir cobrando cada fin de mes sus sueldos; así como los psicólogos y psiquiatras necesitan del entorno social patógeno, las rutinas devastadoras, el trabajo automatizado y el stress laboral para que sus vidas no carezcan de sentido con el consultorio desierto.

Un graffitti que fue visto en la pared exterior de un hospital español esclarece la situación de esta sociedad: "mientras la cantidad de personas que vive del cáncer sea mayor que las que mueren, la cura jamás se hallará". Tampoco se hallará mientras existan cruzadas de caridad como Teleamor que, mediante el desfile grotesco de los profesionales del arte y la política, y recurriendo a la manipulación emocional, recauda los millones que acabarán en los laboratorios médicos, en los mass media, en la industria publicitaria, en los agradecimientos por los servicios prestados. Nadie preguntará nunca por las causas del cáncer, si los altos costos de los tratamientos tienen sustento material o si se establecen a discreción aprovechando la urgencia de la enfermedad. Nadie hará nunca las preguntas importantes, pero frente a los Hospitales de Neoplásicas grandes paneles publicitarios continuarán anunciando bebidas gaseosas de las que ningún profesional podrá afirmar, con pruebas, que no son cancerígenas, lo que en el lenguaje de los especialistas significa que sí lo son pero que la ley -realizada por otros profesionales- está de su lado y protege el secreto de ciertas fórmulas.

En el mundo regido por la mercancía todo engarza con una aparente perfección. Los administradores de los locales de las multinacionales de la comida rápida, por ejemplo, son esforzados profesionales dedicados a satisfacer la urgente necesidad -creada por los profesionales de la publicidad- que algunos sectores sociales tienen de comer hamburguesas, y ganarán un buen sueldo sin enterarse que administran, también, la destrucción de las selvas del planeta que son convertidas, a un ritmo vertiginoso, en papel para los envases y en pastizales para el ganado.

El mundo se mueve profesionalmente según los dictados del dinero. Alguien diseña el plan en nombre del progreso y el bienestar social. Uno lo legaliza. Otro lo administra. Uno hace la contabilidad. Alguien se encarga de hacer la publicidad en los medios. Algún capataz contrata a los peones mientras los propietarios acumulan riquezas y esparcen cánceres, migajas, perturbaciones mentales y ambientales. Nadie es capaz de ver más allá de sus narices; todos son demasiado felices, ingenuos o resignados. La tarea de los profesionales no es producir conocimiento, mejorar la vida, corregir errores o denunciar mentiras. La tarea de los profesionales es, en algunos casos, aceitar la maquinaria capitalista, y en otros casos, en el caso de los intelectuales profesionales, es convencernos de que la mercancía es benigna, y además bella.

La miseria profesional se dirige, según las necesidades del mercado, más y más hacia la especialización técnica. Hay antiguas cenecapes que obtienen rango universitario gracias a grandes inversiones monetarias, y a la construcción de edificios de diez pisos de los que sólo egresarán generaciones apretadoras de botones; novedosos centros universitarios que ofertan prometedoras carreras del futuro pero que todavía, por cierto renacentista pudor, obligan en el primer año a sus postmodernos estudiantes a leer lecciones de las grandes frases de la historia y resúmenes de las biografías de los hombres más egregios, para que luego nadie discuta su rango de universidad o afirme que no brinda una formación integral y humanista. Hay exministros de economía que inauguran centros universitarios técnicos de élite con el ideal de que cada estudiante al salir sea capaz de forjar su propio gran negocio, o que al menos sea capaz de administrar bien la herencia familiar, en una sociedad cíclicamente sacudida por recesiones económicas y que no tiende a dejar de ser una injusta pirámide. Hay antiguas universidades que consideran secretamente la posibilidad de eliminar -mediante alguna discreta y práctica fusión- las escuelas y facultades menos solicitadas, y por lo tanto menos rentables, como filosofía o historia; y otras menos antiguas pero más prestigiosas que flexibilizan el nivel académico exigido a sus ingresantes de manera que puedan ser cubiertas todas las plazas disponibles, permitiendo el ingreso a quienes no aprueban el examen de admisión siempre y cuando se atrevan a costear un ciclo "cero" donde serán estafados estudiando cursos que podrían llamarse introducción a la introducción al lenguaje. Si vivimos en un mundo donde los países miembros del Consejo de Seguridad de la ONU son, sin crear escándalo, los mayores proveedores de las armas que nutren todas las guerras y agresiones, no es exagerado ya prever que pronto, dada la situación de la competencia y la necesidad de conseguir mayores ingresos, y dada la pobreza de la contestación y de la crítica, algún centro universitario peruano se sienta en la confianza de ofertar dos carreras por el precio de una, o de instituir un ciclo "-1" para reforzar, aún más, los conocimientos de los ingresantes y la propia partida presupuestal.

En épocas en que la universidad sirve a las exigencias neoliberales de eficacia y entrenamiento técnico, las humanidades sin inteligencia son simples elementos decorativos que se presentan para provocar confusión, o indulgencia. En las aulas abundan los controles de lectura que se mueven entre la capacidad memorística y la comprensión auténtica, pero serán desalentadas todas las tentativas de desarrollar conclusiones abiertamente equivocadas, es decir, capaces de poner en peligro los paradigmas de un sistema que se siente tan seguro que se da el lujo de fingir que alienta el pensamiento y la discusión. Existen, por otro lado, Departamentos de Estudios Humanísticos que, con discursos hueros, solicitan la dación de títulos honoris causa según los dictados de la política gubernamental; y facultades de Arte y Literatura que siguen recibiendo ingresantes que serán impedidos de efectuar toda aproximación no académica a la poesía, o toda aplicación rigurosa de la poesía de César Moro (que la misma universidad editará en bellas ediciones para el solaz general) al hecho de sus propias autoridades e instituciones, porque sabe que terminarían siendo calificadas como dementes y paralíticas.

Las humanidades, controladas por la institución universitaria, aparecen como cortinas de humo destinadas a evitar que la miseria general se revele ante los ojos. En las manos contrahechas de las autoridades son un juego de imágenes que provoca, incluso, aplausos de entusiasmo, ingenuos aplausos similares a los provocados por el último fraude ideado por una universidad de rango medio. Esta universidad ha resuelto obligar a sus ingresantes llevar cursos de inglés tan básicos que rozan la onomatopeya, por lo que no servirán ni para fines humanistas -el aprendizaje de un idioma extranjero- ni comerciales -el inglés es necesario porque es el idioma del imperio- pero que serán pagados en cuotas extras a las pensiones mensuales, como algo muy aparte y especial, lo que permitirá a la universidad no sólo engrosar sus beneficios sino el gusto de venderse mejor ante los cándidos ojos de los nuevos postulantes, anunciándose en los diarios como "universidad bilingüe" en un gesto que resulta tan grotesco como el probable inglés del Rector, o tan burdo como el futuro que se acerca. En tiempos en que las nuevas generaciones se mueven, como nunca antes, en la seguridad de un pensamiento circular y una práctica genuflexa que nada sabe de riesgos, audacias, autodidactismo, investigaciones interdisciplinarias o poesía, el futuro aparece, irrefutable, como una nube radioactiva con la forma de computador de última generación.


Contra-universidades

Con frecuencia se contrapone la práctica universitaria a la práctica escolar, como si fuera un gran salto hacia adelante y tuviera rasgos cualitativamente diferentes. Incluso se presenta a la universidad como el recinto desde el cual brotarán soluciones y alternativas a los grandes problemas de nuestro tiempo. Se oculta así, con un optimismo necesariamente involucrado con la mentira artera o con la idiocia, el hecho de que en las universidades, como en las escuelas, persiste toda una concepción autoritaria de la vida, estrictos horarios por cumplir, exámenes, notas aprobatorias y desaprobatorias, una mohosa verticalidad que ninguna moderna aula naturalmente iluminada puede ocultar, a veces incluso timbres de cambio de hora y control de la asistencia, y profesores que si no protagonizan una miserable clase vertical que pretenden magistral no tienen reparos en acudir a la vergüenza del dictado.

La universidad mantiene intacta la función represiva de la escuela, pero en un estadio más avanzado. No siempre tiene que recurrir a tanquetas e intervenciones militares; generalmente le basta mantener la ficción del cogobierno, simulacro de democracia en el que participarán siempre dóciles estudiantes que han adquirido el mal hábito de la política representativa, y que mediante la formación de tercios estudiantiles harán posible no una democracia directa y asamblearia, sino la creación de mafias y grupúsculos de poder, la existencia del alto secreto burocrático y la perpetuación de un régimen bajo el cual hay que pedir permiso hasta para pegar un cartel en una pared, y donde con la fórmula legal que prohibe las actividades extra-académicas se censura o desalienta toda actividad independiente o autónoma capaz de producir algún conocimiento desmarcado del saber oficial.

David Cooper compara a la universidad con un hospital psiquiátrico: "El diseño exterior es bastante parecido: el bloque administrativo y varios departamentos, villas, laboratorios, terapia ocupacional y todo lo demás. Algunas universidades tienen vallas y porteros para controlar a quienes entran y salen. La ironía estriba en que probablemente nadie entra y, ciertamente, nunca sale nadie. Las dos instituciones están repletas de fingida preocupación de los "guardianes" sobre los "guardados". Las dos son almas buenas (alma mater) de cuyos pechos mana un antiguo veneno, sedantes de todos los tipos imaginables, desde la píldora precisa para el paciente preciso hasta el trabajo justo para el graduado exacto." Las universidades, apoyando esta comparación, se presentan a sí mismas en costosos avisos televisivos como las guardianas de la Razón, como la instancia decisiva y obligatoria para una buena vida, estancada por la esclerosis de su pretenciosa y dogmática forma de concebir y producir un conocimiento que quiere universalmente válido. Así, ignora o menosprecia la sabiduría de disidentes como Feyerabend, quien afirma que el progreso científico sólo es posible cuando ciertas reglas "obvias" son violadas voluntaria o involuntariamente, y quien añade, ahí donde la razón viene dictada por la norma, que "los científicos han de desarrollar y sostener sus teorías irracionalmente; no hay normas generales por las que establecer la verdad; todo vale".

Las universidades, muy razonablemente, tienen importantes intereses monetarios, claros objetivos de sumisión social y actúan según las exigencias dictadas por el mundo del trabajo asalariado. Teniendo en cuenta esto, las universidades son importantes sólo por los a veces útiles medios (bibliotecas, ambientes varios, salones de conferencia, clases extraordinariamente valiosas, comedores, salas de cómputo, galerías) que con fines contrarios a sus objetivos originales pueden ser intervenidos o aprovechados por estudiantes y no estudiantes deseosos de explorar los márgenes del conocimiento, el subsuelo de la versión oficial, sabedores con Bachelard de que "pensar es siempre pensar en contra".

Sobre el pensamiento, esa actividad tan desalentada por toda la práctica educativa, incluyendo las universidades, dice Viviane Forrester: "No existe actividad más subversiva ni temida. Y también más difamada, lo cual no es casual ni carece de importancia: el pensamiento es político. Y no sólo el pensamiento político lo es. El solo hecho de pensar es político. De ahí la lucha insidiosa, y por eso más eficaz, y más intensa en nuestra época, contra el pensamiento. Contra la capacidad de pensar." ¿De qué manera provocar el pensamiento, la capacidad de leer entre líneas, el ejercicio exultante de la lucidez y de la crítica? ¿De qué forma incentivar, permitir, la innovación, el descubrimiento, la creación de un conocimiento que sirva para vivir, cuando ya sólo hay vida fuera de la mercancía? Agustín García Calvo renuncia al título de filósofo por considerarlo desprestigiado y absolutamente asimilado por el sistema y prefiere, si alguno, el título menos profesional y manoseado, menos formado y definido y por tanto más libre de pensador. La creación de contra-universidades, lugares autónomos donde coincidan pensadores, estudiantes y profesores, interesados en quebrar la monotonía, las rigideces y pobrezas académicas, donde el conocimiento deje de ser "impartido" para ser una creación común, o un descubrimiento individual a partir de una posibilidad común, a menos que el mutuo acuerdo solicite una intervención magistral en una cuestión de orden técnico, puede ser una alternativa válida frente a la muerte universitaria. Dice D. Cooper: "Lo que yo propongo es una estructura móvil, totalmente desjerarquizada y en revolución continua, capaz por ello de generar revolución más allá de los límites de su estructura. La universidad (o lo que en este estado de la historia debería llamarse anti-univesidad, contra-universidad, universidad libre o algo parecido) sería una retícula muy amplia. Las células funcionarían dentro de una universidad oficial como un antídoto del sistema, o de forma muy independiente."

Estas estructuras informales, desprovistas por completo de los lastres de la izquierda que se somete a la dinámica y a la lógica de la política autoritaria, es decir, despreciando por completo al poder, sin ninguna intención de conquistarlo y con la organización mínima para funcionar, probablemente serían consideradas sospechosas, o incluso ¡legales, por las autoridades académicas, lo que nos demuestra la buena salud del cadáver universitario, y la necesidad de estas instancias de contestación y de crítica.

Si no es posible la creación de estos espacios liberados, ya sea debido a la represión autoritaria o porque no han sucedido los encuentros felices con las personas necesarias -dado los cada vez más estrechos y previsibles intereses de las nuevas generaciones ingresantes-; si ya no es viable ni siquiera las intervenciones personales en clases con la intención de provocar algún debate o alguna inquietud, debido al sopor general y a las represalias, y si la perspectiva de un horizonte de exámenes y clases adocenadas ya es insoportable, el único recurso para salvaguardar la integridad personal parece ser abandonar formalmente el antro universitario, de manera solitaria y silenciosa, protagonizando lo que a ojos del mundo sería un abandono inexplicable.

Capítulo VI del libro Entre cuadernos y barrotes. La educación peruana desde el punto de vista de sus víctimas (ed. Cultura y sociedad, Lima, 1999)

Estudiante en Acción dijo...

Saludamos a nuestro amigo ANONIMO y agradecemos sus alcances con respecto a la Educación, bastante cierto como preocupante sin embargo, en cuanto a este tema distinguidos peruanos como Luis Valcárcel en su obra RUTA CULTURAL DEL PERÚ estableció el criterio de valoración del elemento indígena, como representante de la unidad y continuidad de nuestra historia desde una perspectiva educativa viable.

Y varios años antes allá por 1928 los "SIETE ENSAYOS DE INTERPRETACION DE LA REALIDAD PERUANA" de J.C. Mareátegui delineaban las recetas para poder dar el salto educativo que tanto necesitamos, sin embargo la desidia política ha postergado esta revolución histórica pendiente (revolución de tipo intelectual) Asimismo los árticulos de César Vallejo desde su dulcemente insufrible Europa, hablaban del ESPÍRITU UNIVERSITARIO Y LA RESPONSABILIDAD DE LA JUVENTUD FRENTE A TIEMPOS INCIERTOS y allí, los viejos deben temblar ante los niños, porque la generación que se levanta es siempre acusadora y juez de la generación que desciende. De aquí, de estos grupos alegres y bulliciosos, saldrá el pensador austero y taciturno; de aquí, el poeta que fulmine las estrofas de acero retemplado; de aquí, el historiador que marque la frente del culpable con un sello de indeleble ignominia. (Esto en las palabras de un peruano anacrónico que su mensaje hasta hoy retumba en la conciencia ingenua de un país que NUNCA SE JODIO, SIMPLEMENTE NAUFRAGÓ)

Anónimo dijo...

El pensamiento que plasmas en este articulo, va a enmarcado a un ambito mas filosofico debido a los cuestionamientos dentro del querer alcanzar el saber, pero eso solo se lograra cuando el individuo pueda traspasar las barreras que limitan el saber cognositivo y puedan ser aplicatidas mediante la busqueda de ese conocimiento y el cuestionamiento del saber empirico "como tu muy bien lo resaltas en tu articulo", la cual buscar un conocimiento mas puro, y "solo se llega a ese punto cuando la mente se plantea problematicas y cuestionamientos sobre los conocimientos adquiridos".

de CHICLLA 4 CICLO UCV - DERECHO

Anónimo dijo...

El pensamiento que plasmas en este articulo, va a enmarcado a un ambito mas filosofico debido a los cuestionamientos dentro del querer alcanzar el saber, pero eso solo se lograra cuando el individuo pueda traspasar las barreras que limitan el saber cognositivo y puedan ser aplicatidas mediante la busqueda de ese conocimiento y el cuestionamiento del saber empirico "como tu muy bien lo resaltas en tu articulo", la cual buscar un conocimiento mas puro, y "solo se llega a ese punto cuando la mente se plantea problematicas y cuestionamientos sobre los conocimientos adquiridos".